Serenata para la tierra de uno
La obra que llegó a San Luis como una producción de Diego Sosa manager group dejó cuatro miradas posibles sobre exilio. Reflexiones, tristeza y angustia sobre un país que duele.
La voz de Luis Brandoni, el director de “Made in Lanús”, apareció al inicio de la función para recordar que cuando transcurren los hechos que se relatan en la obra los teléfonos celulares no existían. Fue una manera original de pedirle a los espectadores que apagaran sus móviles, pero algunos no solo no le hicieron caso sino que ni siquiera tuvieron la delicadeza de silenciarlos.
El exilio es un mal mucho más perjudicial que los celulares, entre otras cosas porque tanto en 1984 como en 2025 mermaron a una sociedad que vio irse a miles de sus compatriotas, antes en busca de salvar su vida; ahora en busca de salvarse.
La función del miércoles a la noche en el Cine Teatro San Luis estuvo atravesada por la emoción y por el cariño hacia un país que duele, en el pasado y en el presente. Y posiblemente en el futuro. Los sorbos de moco suelto, las manos descuidas que secaron las lágrimas, las risas que intentaron disimular la tristeza fueron imágenes que el público puntano devolvió a los cuatro actores.
“Made in Lanús” es un clásico del teatro nacional que luego pasó al cine y que cuenta la historia de dos matrimonios que viven distintas realidades y, fundamentalmente, a pesar de uno y a favor de otros, viven en países diferentes. Y allí radica el conflicto.
La pieza tiene cuatro miradas posibles sobre el exilio, que son cuatro miradas sobre la patria, la tierra, los afectos, la comodidad y la vida misma. En el choque de ese cuadrado van y vienen opiniones y descripciones de millones de argentinos que vivieron con diverso grado de cercanía una decisión fundamental.
Esteban Meloni interpreta a un psiquiatra que tuvo que irse del país amenazado por la dictadura, acompañado de su esposa, en la piel de Cecilia Dopazo. A una década de aquella huida, el matrimonio tiene efectos y afectos opuestos respecto a la Argentina: mientras él la extraña y la añora; ella sigue con el mismo remordimiento, ahora convertido directamente en desprecio.
Si el médico tiene la intención vaga y difusa, más parecido a una ilusión, de regresar; su esposa tiene el plan de llevarse a su hermano y su familia –único vínculo que tiene con el país-. El hermano es un mecánico que vive al día pese a que trabajó toda su vida y sobre el que Alberto Ajaka pone una dosis de humor y picardía. Tiene todo para irse, menos la anuencia de su esposa.
Y es allí donde entra en juego el papel de Malena Solda, estupenda como una madre abnegada de clase media, dedicada a su marido y que responde con perfección a la descripción que hizo María Elena Walsh en Serenata para la tierra de uno: Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy.
El monólogo en el que el personaje de Solda explica las razones para no irse del país fue conmovedor. Sin embargo, la frase más certera de una obra que tiene muchas sentencias de ardorosa realidad, la dice el personaje de Dopazo, la que no ve nada bueno del hecho de haber nacido acá: “Soy argentina” –dice-, “¿pero yo qué culpa tengo?”.
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