Alicia Bañuelos
Científica
El enigma del Coeficiente Intelectual ¿Cada vez más listos o más tontos?
La inteligencia humana ha sido objeto de múltiples estudios a lo largo del tiempo. Uno de los fenómenos más intrigantes observados en este campo es el conocido como "Efecto Flynn", un término acuñado en honor al profesor James R. Flynn, de la Universidad de Otago, Nueva Zelanda. Este fenómeno describe un incremento sustancial y constante en los puntajes de los tests de coeficiente intelectual (CI) a lo largo del siglo XX, tanto en países occidentales como orientales, desarrollados y en desarrollo.
Flynn comenzó su investigación analizando los resultados de las pruebas de inteligencia aplicadas a los reclutas holandeses entre las décadas de 1950 y 1980. Estas pruebas, basadas principalmente en la matriz progresiva de Raven, evaluaban la capacidad de identificar patrones lógicos en secuencias de figuras, midiendo así un aspecto específico de la inteligencia. Los hallazgos iniciales fueron sorprendentes: en un lapso de 30 años, los puntajes de CI habían aumentado en aproximadamente 20 puntos. Esto implicaba que un joven promedio en 1982 superaba intelectualmente al individuo más inteligente de 1952, al menos en términos de los parámetros medidos por esas pruebas.
El Dr. Flynn extendió sus investigaciones a otros 13 países, encontrando resultados consistentes de incremento del CI. Posteriormente, abarcó más de 30 países, confirmando una tendencia global de aumento de la inteligencia medida. Este crecimiento no podía explicarse simplemente por factores genéticos, mejoras educativas o alimenticias, dado que no todos los niños experimentaban las mismas condiciones de nutrición o acceso a la educación de calidad. Las subpruebas de los tests mostraban avances en diversas áreas cognitivas, como memoria geométrica, razonamiento lógico y capacidad de abstracción, pero no en memorización de números o habilidades lingüísticas.
Más adaptados a un mundo complejo
Flynn explicó que el fenómeno no implicaba que las personas modernas fueran inherentemente más inteligentes que sus antepasados, sino que habían aprendido a aplicar sus capacidades cognitivas a nuevos tipos de problemas. La vida moderna plantea desafíos cognitivos distintos a los enfrentados por generaciones anteriores, obligando a nuestro cerebro plástico a adaptarse y desarrollar habilidades nuevas. Como ejemplo, mencionó que mientras nuestros ancestros estaban plenamente capacitados para resolver los problemas prácticos de su tiempo, las generaciones actuales enfrentan una gama más amplia de desafíos abstractos y tecnológicos.
Steven Johnson, otro investigador de la inteligencia, argumenta que el desarrollo de tecnologías, como los videojuegos y las series televisivas con narrativas complejas, ha contribuido al fortalecimiento de ciertas capacidades cognitivas modernas. A diferencia de las historias simples de antaño, donde los roles de los personajes eran claramente distinguibles, las producciones actuales exigen un mayor esfuerzo interpretativo por parte del espectador, incluso en el caso de los dibujos animados.
El incremento promedio del CI, según los estudios, se estimaba en tres puntos por década, aunque este crecimiento no era uniforme. Aproximadamente dos tercios de este aumento correspondían a la inteligencia fluida y el resto a la inteligencia cristalizada. La inteligencia fluida se refiere a la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas y resolver problemas sin depender de conocimientos previos, mientras que la cristalizada se basa en el conocimiento adquirido a través del aprendizaje y la experiencia.
Un ciclo virtuoso de inteligencia y cultura
La discusión sobre las causas del Efecto Flynn también contempla un posible ciclo de retroalimentación: un entorno social más estimulante eleva la inteligencia de la población, la cual, a su vez, crea ambientes aún más complejos que fomentan un incremento adicional de estimulación cognitiva. Flynn sugiere que la revolución científica del siglo XX transformó el pensamiento humano, desplazándolo de un razonamiento concreto hacia uno más abstracto, como resultado de mayores niveles de escolarización y cambios en las actividades recreativas.
Algunos investigadores han propuesto incluso hipótesis genéticas para explicar este fenómeno. Argumentan que los movimientos demográficos podrían haber favorecido la redistribución de rasgos genéticos relacionados con la inteligencia dentro de la población, sin requerir necesariamente mutaciones genéticas nuevas. Desde esta perspectiva, los cambios ambientales serían el resultado, y no la causa, del aumento del CI.
¿Pero sigue aumentando la inteligencia?
En investigaciones adicionales (revista PNAS) han comenzado a documentar una aparente reversión del Efecto Flynn. Un estudio publicado en 2018 por el Centro Ragnar Frisch de Investigación Económica de Noruega, llevado a cabo por Bratsberg y Rogeberg, examinó los resultados de pruebas de inteligencia de más de 730.000 hombres noruegos de entre 18 y 19 años, reclutados para el servicio militar obligatorio entre 1970 y 2009. Utilizando modelos estadísticos de efectos fijos dentro de las familias (comparando hermanos), el estudio logró aislar el efecto de variables genéticas y familiares compartidas.
Los datos mostraron que el Efecto Flynn habría alcanzado su punto máximo entre las generaciones nacidas a mediados de los años 70, observándose desde entonces una disminución de aproximadamente siete puntos de CI por generación. De forma notable, la reversión del efecto también fue visible dentro de familias, es decir, entre hermanos. Esto refuerza la conclusión de que el descenso no puede explicarse por inmigración, cambios genéticos poblacionales o selección de fertilidad, ya que todos esos factores quedarían controlados en las comparaciones dentro de una misma familia.
¿Qué está provocando la caída?
Bratsberg y Rogeberg concluyen que tanto el aumento histórico como la reciente disminución de los puntajes de CI son producto de factores ambientales. Esta reversión del Efecto Flynn podría deberse a transformaciones en el sistema educativo, nuevas formas de crianza, la influencia de medios digitales, o incluso una desconexión entre las habilidades requeridas por los tests de inteligencia tradicionales y las competencias cognitivas realmente desarrolladas en la vida moderna.
Una posibilidad adicional es que los propios tests de inteligencia hayan perdido sensibilidad para medir con precisión la inteligencia contemporánea. Los exámenes actuales siguen privilegiando formas de razonamiento estructuradas que quizá no reflejen adecuadamente los desafíos cognitivos de la vida moderna. Como explica Ole Rogeberg, la inteligencia cristalizada refleja el conocimiento aprendido y entrenado, mientras que la fluida mide la capacidad para detectar nuevos patrones y resolver problemas novedosos. Es posible, entonces, que las pruebas de CI estén capturando menos eficazmente las competencias relevantes en las generaciones actuales.
El debate sigue abierto
En definitiva, el fenómeno del Efecto Flynn y su posible reversión plantean profundas interrogantes sobre la naturaleza misma de la inteligencia humana, su medición y su evolución a lo largo del tiempo. ¿Estamos siendo testigos de un agotamiento del crecimiento cognitivo alcanzado durante el siglo XX? ¿O simplemente estamos midiendo mal las nuevas habilidades que las sociedades modernas exigen y desarrollan?
Lo cierto es que la inteligencia es un fenómeno complejo, multifacético y profundamente influido por factores tanto biológicos como culturales. La discusión continúa abierta, y como bien lo expuse en un artículo publicado en La Opinión de San Luis (1 de diciembre de 2012), vivimos en una época fascinante, con nuevos interrogantes surgiendo constantemente y con la capacidad, al menos en parte, de intentar responderlos.


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