Nelson Madafs, el nombre que personificó la injusticia hasta su último día
Lo acusaron por la muerte de su novia, que apareció viva casi una década después. En cárcel se contagió de HIV y cuando salió comenzó una nueva vida, que no fue mejor que la anterior.
Si hay una persona que conoció como nadie los alcances de la impunidad y la injusticia fue Nelson Madafs, el hombre que fue torturado, agredido y encarcelado por un crimen que no cometió. Más grave aún, por un asesinato que no existió. Lo acusaron de matar a su novia, Claudia Díaz, que en realidad estaba viva fuera de la provincia.
Recién cuando la mujer apareció en San Juan, muy suelta de cuerpo, nueve años después de la acusación, la sociedad terminó de entender que Madafs era definitivamente inocente, una sensación que tuvo desde el primer momento pero que no se atrevió a manifestar. Por el contrario, durante el tiempo en que la chica no apareció, la mayoría de la gente miraba en Nelson a un asesino.
Madafs fue el protagonista central del caso policial más recordado de la historia de la provincia y uno de los que mayor impacto tuvo a nivel nacional. El experimentado Ricardo Canaletti, periodista de televisión con años de experiencia en la crónica roja, siempre lo menciona como el que más lo impactó de toda su carrera.
Madafs y Claudia eran una pareja de adolescentes. Él tenía 17 años y ella recién había cumplido los 15. Se veían con la frecuencia que la juventud y los padres de ella los dejaban en una San Luis conservadora y tranquila que florecía en la democracia. El 16 de octubre de 1989, Claudia fue al trabajo de Nelson, estuvieron un rato juntos y se fue. No la volvieron a ver en casi una década.
En el medio, Nelson sufrió el oprobio y la desazón de una vida signada por el maltrato. Como era de esperar, todos los ojos inquisidores lo apuntaron como el causante de la desaparición y la muerte de Claudia pero ningún juez se animaba a detenerlo por la falta de pruebas. No las había, nunca la hubo, porque no existían.
Pasaron cuatro años hasta que el juez Néstor Ochoa tomó el caso con la determinación de esclarecerlo. Se apoyó en una serie de supuestos investigadores policiales que se jactaban de aclarar hechos oscuros en base a métodos más oscuros. Así fue que a base de picana y submarinos secos, Nelson confesó el crimen una y otra vez. Indicó el lugar donde había enterrado el cadáver una y otra vez. Cavó en esos lugares, vigilado por comisarios fumando y sonriendo, una y otra vez. Pero el cadáver no estaba, nunca estuvo.
Desde el 31 de enero de 1993 hasta finales de 1995 Madafs estuvo detenido. Se enfermó, se convirtió en un símbolo silencioso de injusticia y solo a su modo reclamó la libertad. La acusación, inducida en alguna mente afiebrada, era de obligar a su novia a hacerse un aborto que le causó la muerte.
La mano dura de la Justicia no solo alcanzó a Nelson sino también a su cuñada Laura Godoy, pareja de un hermano de Nelson, quien estuvo detenida acusada ser la Celestina de la pareja y de intervenir en la desaparición de Claudia, que era su amiga; y a la madre de ella, Marina Garay, enfermera. Las consecuencias de esos años rudos también se notan en el cuerpo de Laura, madre de tres hijos, y también con numerosos problemas de salud.
Uno de los grandes sufrimientos de Laura era ver a su cuñado desvanecerse primero por el HIV en la cárcel y luego por el giro de cabeza de una sociedad que no quería ver el deterioro de aquel al que había señalado.
Las vueltas increíbles de un caso difícil de creer también alcanza al juez Ochoa, quien aprobó los excesos policiales –que incluían agujas clavadas en las tetillas de Nelson, quien tuvo que aprender a hacerse el muerto para que terminaran las torturas- y así y todo permaneció en el cargo. Renunció varios años después para evitar la destitución, solo porque un peligroso asaltante mendocino lo mencionó en una escucha como uno de los magistrados de San Luis a los que había que coimear para lograr su liberación.
Madafs empezó 1996 en libertad, pero muriéndose de a poco. Internación tras internación, pedido de ayuda tras pedido de ayuda, volvió a la tapa de los diarios cuando en febrero de 1998 Claudia fue encontrada en una villa de Caucete, en San Juan. Dijo que había huído de su casa porque su padre la golpeaba y el refugio que encontró fue un hombre, también golpeador, que tenía cinco hijos y que era 20 años mayor. “Nunca supe todo lo que vivió Nelson”, dijo.
Ante la aparición de su ex novia, Madafs se mostró con su pasividad de siempre, distante de cualquier manifestación rencorosa. Su preocupación era su estado de salud, que no paraba de desmejorarse.
Desde entonces pasó de internación a internación, de hospital en hospital. No tenía ningún reparo en mostrarse degastado, casi agonizante, consumido por una enfermedad que se lo fue comiendo lentamente. Los medios tampoco tuvieron el gusto ni la altura suficiente para mostrar la desgracia de un hombre caído en desgracia.
En paralelo a la lucha por su salud, Nelson luchó por una indemnización por el daño causado, que llegó finalmente a principios de los 2000 pero que siempre consideró insuficiente. Sus familiares pedían abrigos para los inviernos y comida para las fiestas y la gente estuvo dispuesto a ayudarlo, tal vez también con la idea de resarcirse.
Posiblemente desde que salió de la cárcel Nelson solo se dedicaba a sobrevivir, como podía. Hasta que un día de principios de junio de 2025 Madafs se decidió a abrirle la puerta a la muerte, que lo venía persiguiendo disfrazada de injusticia desde hace más de 30 años.


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