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Marta Dillon: "Escribir fue mi manera de militar y salvarme la vida"

Recién salida del último Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias, una de las fundadoras del movimiento Ni Una Menos asegura que detener a la ultraderecha fue uno de los ejes principales del cónclave realizado en Bariloche.

Por Astrid Moreno
| 23 de octubre de 2023
En su cuerpo y corazón. Hija de la abogada y militante Marta Taboada, la periodista lleva el activismo por su madre y por ser de una generación en busca de justicia, democracia y memoria. Fotos: Internet

Si hay una palabra que resume lo polifacética que es Marta Dillon es "lenguaje": a través de la comunicación, la activista hace política y genera conciencia y movimientos que acarrean marchas multitudinarias con banderas de todos los colores y diversidades.

 

Marta es hija de la abogada y activista Marta Taboada, desaparecida y asesinada por la dictadura militar; se inició en el periodismo a los 20 años y en los '90, cuando descubrió que era VIH positivo, se dedicó a escribir una columna sobre sus vivencias y las de otras personas con la enfermedad, llamada "Vivir con el virus". En 2015, fue una de las fundadoras del movimiento Ni Una Menos. Actualmente, es editora del suplemento feminista Las 12, del diario Página/12, y creadora y editora del suplemento LGTBQ Soy.

 

 

—Acaba de finalizar un nuevo Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias, luego del que hubo dividido en San Luis. ¿Cómo es tu apreciación de este último encuentro?

 

—Ya que haya un solo encuentro me parece que es fundamental. Creo que se diluyó directamente la idea de que hay un encuentro solo de mujeres y otro de travestis, trans, no binaries y demás. Era como una especie de espejismo, porque esta definición del encuentro que ahora quedó ya sin discusiones es una construcción de muchos años. Pretender mantenerlo en una categoría fija o nostálgica, incluso, en relación a cómo empezaron los encuentros no tenía mucho sentido. Entiendo que en San Luis se vivió con mucha más tensión, con muchos más conflictos, porque fueron la sede donde eso sucedió. Pero creo que mucha gente no lo registró. Lo que sí me parece que tiene importancia en este encuentro, fundamentalmente, es que hubo una decisión política, además de por todos los debates que damos siempre, de que hay que poner un freno a la ultraderecha. Eso fue transversal en todos los talleres, en la marcha y se escuchó en los cantos. Que un movimiento tan plural, heterogéneo y con tantas diversidades tome una política decisiva en este momento y en nuestro país me parece que es lo más importante.

 

 

—¿Cómo te impactó que una entonces candidata diga que quiere hacer una ley para que los hombres puedan desentenderse de la paternidad?

 

—La verdad es que es ridículo, los varones no necesitan de ninguna ley para desentenderse de los hijos o hijas que engendran. Pareciera que su educación sexual fue el porno mainstream donde las mujeres tienen que tener sexo solo después de casarse. Además, si los varones quisieran una ley de ese tipo, ¿por qué no se organizan, como lo hicimos nosotras, con el derecho al aborto y para tantas otras leyes? ¿Qué necesidad tiene de venir una chica a darles todo servido en bandeja? Hay algo cultural de querer agradar al opresor en general. Milei no es un loco suelto, no es solamente un tipo apasionado, ya ni siquiera es un liberal, sinceramente. Con un liberal podés discutir; lo que plantea él fundamentalmente es destruir todos los lazos sociales: la salud pública, educación pública y los subsidios al transporte, que son necesarios para distribuir la riqueza y pensar en la justicia social. Tienen que ver con reconocernos mutuamente como parte de una misma comunidad; destruir un Estado, el Banco Central y la universidad pública no es algo que se pueda reconstruir tan fácilmente. Por supuesto, estamos en una situación dramática económicamente, pero lo demás no es una pavada.

 

 

—Como periodista y escritora, ¿qué opinás del lenguaje inclusivo?

 

—Es una herramienta fundamental para abrir al mundo a todas las posibilidades de ser. De todas formas, no es una cuestión de opinión, sino que es algo que se viene empujando, porque no es que a alguien se le ocurrió un día hablar con la E, sino que desde hace cincuenta años las mujeres vienen demandando para que el género masculino en el lenguaje no sea el universal. Se buscaron formas diversas: el arroba, la X, el asterisco. Quien no es nombrado, nombrada o nombrade pierde existencia y reconocimiento. Es fundamental abrir esa pregunta dentro del lenguaje: ¿a quién nombramos cuando decimos 'todos' y qué decimos cuando decimos 'todes'? Es una herramienta que se va a ir modificando. No es que vamos a fiscalizar que hay que usar o no usar la E. Vamos buscando las maneras de que todo entre en el lenguaje y que todo el mundo pueda ser reconocide. Es un campo de batalla, porque es una herramienta que tiene la capacidad de socavar buena parte de los pilares del poder del patriarcado y todas sus alianzas económicas y culturales.

 

 

—Hace poco salió una noticia de un grupo de personas que se autoperciben perros y enseguida salieron comparaciones con la identidad de género. ¿Es una forma de minimizar la lucha del movimiento?

 

—Las diversidades, feminismos y transfeminismos venimos a abrir las posibilidades de ser y estar, y, sobre todo, de cuestionar las formas en que nos imponen que hay que estar en el mundo. Lo que pasa es que nos van modelando para entrar en una norma heteropatriarcal donde cada cuerpo tiene un mandato de lo que significa portarse bien, de las ideas de castigo, de culpa y que la familia es la única célula de la sociedad, como si fuera una burbuja donde se reproducen esquemas de violencia que no se pueden atravesar. Nosotras venimos a decir otras cosas, que las personas son políticas y que la identidad también lo es. Para mí, este ejemplo es la expresión de un grupo para agrupar a todo un inmenso colectivo, una diversidad de seres que están defendiendo formas de vida más comunitarias, más libres, no normativas, que no quieren cumplir con los mandatos de éxito y felicidad de este sistema neoliberal, capitalista y extractivista. Es traer al mundo una cantidad de opciones porque estamos luchando por vivir de otra manera, porque esta manera realmente no nos ha dado ningún resultado, nos oprime, nos hace víctimas de violencia, nos somete.

 

 

—¿Cómo se gestó el movimiento Ni Una Menos?

 

—Si bien empezó el 3 de junio de 2015, éramos un grupo heterogéneo que veníamos de distintos lados juntándonos. Se hizo una eclosión a través del tratamiento de los medios de comunicación, con femicidios de adolescentes de clase media, bastante burguesa, no por criticar, sino por resaltar cómo impacta en la sensibilidad colectiva que las víctimas no sean de una clase desfavorecida. Entonces se sumó una sensibilidad social muy fuerte y nosotras veníamos conversando sobre cómo hacer más audible que los femicidios no eran cosas aisladas, ni ellos eran unos brutos o monstruos que salían a la calle a matar chicas, sino que es una situación estructural que la veníamos denunciando hace un montón de tiempo. Hubo un desencadenante y tuvimos la oportunidad. Otro punto fue la masificación de las redes sociales, la ESI y un montón de factores que hicieron que en un momento particular hubiéramos estado en el lugar indicado un grupo heterogéneo de personas que después se desintegró y se reagrupó varias veces. Sin embargo, lo que se mantuvo fue esta voluntad de plantar al feminismo, a las mujeres y a las diversidades como sujetos políticos con agenda propia y con demandas que venían a cuestionarlo todo, y eso lo venimos sosteniendo. Con altibajos, Ni Una Menos se convirtió en una contraseña: no le pertenece a nadie.

 

 

—¿Hay un peso importante en haber sido una de las fundadoras?

 

—No hay un peso especial en haber estado en ese momento, porque estuve yo pero pudieron haber estado otras; éramos un montón de periodistas que trabajamos feminismo en ese momento y ahora hay millones más. La responsabilidad política de seguir agitando la marea es de todas y de seguir saliendo a la calle los 3 de junio, los 8 de Marzo y cuando nos toque, porque lo decidimos comunitariamente. Para mí, es una trampa depositar en un grupo, porque fue el que empezó, la responsabilidad histórica de seguir convocando. Sobre todo cuando el objetivo era saltar el cerco para convertir el feminismo en demandas dignas de no violencia, de ponerle el freno a la desigualdad salarial y demás; eso se logró y la responsabilidad es compartida por todas las que militan para transformar el mundo.

 

 

—¿Qué tan influyente fue tu mamá, Marta Taboada, en tu activismo?

 

—Es algo que llevo en mi cuerpo y corazón. No creo que sea una herencia, creo que no es solamente de haber podido convivir con mi mamá diez años y haber sido testiga de su militancia y sus compañeras y sus compañeros, y de los ensayos que ellos hacían para cuidarnos colectivamente y no descuidar la lucha, sino que también tiene que ver con haberme encontrado con otros hijos e hijas luchando contra la impunidad. Ser parte de una generación que decidió seguir alentando no solo la memoria, sino la búsqueda de justicia. No la memoria en términos de recordar el pasado, sino una memoria que esté anclada en el futuro, saber qué hilos tiramos cuando estamos pidiendo memoria, verdad y justicia. Eso, de alguna manera, se lo debo a mi mamá, el haber podido entender que nadie se salva solo y que no hay un mundo si no podemos ser felices con otres.

 

 

—“Vivir con el virus”: ¿Cómo fue ese proceso hasta convertir en texto lo que te estaba sucediendo y de hablar sobre VIH en los '90?

 

—Fue una decisión muy ligada a todas las decisiones que vengo tomando, tal vez en ese momento un poquito más desesperada o viendo una necesidad muy clara en un momento donde se hablaba del VIH en términos de muerte. El SIDA era sinónimo de muerte; las campañas lo decían. Me acuerdo de una propaganda de esa época, que me quedó grabada en la cabeza, que era una pareja que empezaba garchando y se transformaban en esqueletos, como si coger fuera, también, sinónimo de muerte. Había un montón de discursos dando vuelta. Apenas recibí mi diagnóstico, me decían “te vas a morir” y, además, “sos una hija de puta porque podés ser el vehículo de muerte para otras personas”. La verdad es que las cosas son muy distintas, no es que te vas a morir al día siguiente. Además, hay maneras de prevenir la transmisión, no es que era inexorable. También te podés seguir enamorando y teniendo sexo. Entonces, la manera que encontré fue contar historias en primera persona para alentar a otros a no tener vergüenza y a que cuenten también lo que les sucede. En mis columnas salían historias de muchísimas personas con quienes me encontraba y que demandábamos que nos den bien la medicación, y disfrutábamos del solcito y de las comidas ricas, porque también teníamos la muerte ahí, tocándonos el hombro, y entonces había que pasarla bien mientras tanto y no estar pensando que íbamos a morir al día siguiente. Para mí fue una manera de militar, de acompañar las luchas de otros compañeros que lo hacían en la calle y también de salvarme un poco la vida a mí misma.

 

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